Cultura

Nuestro juicio

Por Agustina Bongiorno

Nos encontrábamos en el juicio, ellos ya habían visto las pruebas y ahora sólo quedaban nuestras palabras.

El juez se paró y presentó las pruebas que la fiscal había encontrado. Una foto de mi cadáver, registro de llamadas, pertenencias tuyas en mi casa y tanto mis vecinos como los tuyos decían habernos visto juntos hasta el último de mis días.

Mi abogado llamo al estrado a Mariela, tu vecina, quien aseguró que éramos una pareja inestable pero que casi siempre parecíamos felices juntos. A excepción del último tiempo en el que había notado mi mirada vacía y escuchado nuestras discusiones diarias, sin embargo decía que te conocía desde que habías llegado al barrio (lo que serían 4 o 5 años) y que te creía incapaz de ser el culpable de lo sucedido.

Tu abogado llamó a Claudia a declarar, mi vecina, quien pudo decir lo mismo, que éramos una pareja que tenía sus idas y vueltas pero que siempre que estábamos juntos se nos notaba felices, pero que en los últimos meses había notado tu ausencia y mi silencio, me notaba deprimida y dolida pero eliminaba la teoría de mi suicidio. Confirmó que la última semana habías ido a visitarme pero que no me había visto a mí, así que creyó que sólo venías a arreglar una de nuestras infinitas peleas, esta vez con resultados negativos.

Tanto creían conocernos personas que no nos conocían en absoluto. Declararon mis padres y los tuyos, nuestros amigos y vecinos, hasta algunas de nuestras profesoras; pero las versiones eran similares y mi muerte seguía siendo una incógnita.

Decían que éramos pareja de a ratos y que nos hacíamos tanto bien como mal, pero nadie habló acerca del criminal que eras. Nadie contó lo que me habías hecho, ni siquiera mi familia.

Cuando llamaron a mi abogado a declarar todo lo que él hizo fue leer lo que había encontrado escrito en mi diario, y aunque algunas acciones no tenían pruebas ni lógica él creía plenamente en mi palabra, y quería que llegara al jurado como si yo la hablara.

“El criminal me acecha desde cerca. Ya es parte de mi rutina aunque nadie lo nota. Comenzó todo aquel sábado en la noche que lo conocí, estaba infringiendo la ley como es habitual en él, conducía ebrio y cuando me vio caminando frenó y me obligo a subir. Yo, deprimida por un motivo que ya ni recuerdo, sin rehusarme, subí; ya había caído en su trampa. Esa noche poco dijo y poco hizo, llegamos a un lugar abandonado, lloró debido a los efectos del alcohol pareciendo débil y se durmió, lo mismo hice yo. Poco a poco nos fuimos conociendo y como víctima y criminal fuimos inseparables, qué ironía. La cantidad de delitos que cometió fue innumerable. Empezó con ebriedad en público; siguió con robo de identidad, ya que nunca se mostró tal cual era; manipulación, jugando con mis venas como si fueras las cuerdas de un títere; portación de armas ilegales, llevaba escondidas palabras que tenían el poder de lastimar y hasta destruir; le siguieron desfalco, ya que se robó una y cada una de mis pertenencias, tanto mis sentimientos como mis ideas; fraude, porque bajo el título de “relación”, pudo engañarme y hacer conmigo lo que decidía su antojo; fuga, cuando escapaba ante cualquier problema, dejándome sola y dolida, pero siempre volvía como criminal a la escena del crimen. No le bastó con matar una parte de mi sino que volvió para completar lo que había empezado; me secuestró, se adueñó de mi casa (violación de domicilio) y robó lo más valioso que yo tenía, mi corazón”.

Al finalizar mi relato agregó que el final estaba dicho sin palabras, habías llegado al delito final, me habías asesinado. Me había ahogado en un mar de lágrimas.

Se te inundaron los ojos y cuando tu abogado se paró a defenderte, supongo que a aclarar que mi escrito no tenía sentido ni importancia legal, lo interrumpiste y dijiste que lo escrito era real. Dijiste que te enamoraste pero que sin definir tus sentimientos fuiste y viniste a mí, enamorándome y dejándome, queriéndome de a ratos y olvidándome a otros; dijiste que te adueñaste de mí pero que no pudiste entregarte, así que me llevaste a tu casa y me dejaste para, al volver, encontrarme muerta. Te declaraste culpable y cuando el juez preguntó por qué hacías eso, dijiste que no querías cometer ni un delito más. Adulteración de documentos.

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